El mallorquinismo ya ha ganado. Este es el partido más ilusionante para las nuevas generaciones mallorquinistas, entre las que me incluyo. La última semifinal de la Copa del Rey que jugó el Mallorca tenía diez años y me acuerdo vagamente. Quizás no vivía ese sentimiento de la misma forma que ahora o quizás es que todo lo que envuelve a los bermellones ha cambiado para siempre.

Cuando descendimos de primera creía que ascenderíamos muy rápido. Me equivoqué. Caminamos por el desierto hasta que unos americanos decidieron invertir su dinero en este club. Uno de ellos salió por «comportamientos sexistas» y «conductas racistas» en los Suns. 

A lo que iba: cuando fui cada semana a ver al Mallorca en Son Moix en 2ªB nació un sentimiento de amor eterno. El más bonito y complicado de conseguir. Dar todo a cambia nada. Es algo tan bello como utópico. Pero esta vez real. Allí nació una emoción después de despojarse de los errores del pasado. Un auténtico borrón y cuenta nueva. 

Saltamos a hoy. Vivir esos días fue necesario para valorar todavía más lo que significa disputar unas semifinales de la Copa del Rey . No parte con la vitola de favorito, pero sí tiene opciones. Mirar al pasado y que te ayude a crecer es sano. Mi memoria solo funciona desde la temporada 17-18, de lo demás ya no me acuerdo, como cantaría Ana Belén.

Desde entonces he vivido muchas noches mágicas como mallorquinista. Pero el sufrimiento siempre estaba presente. Como en la noche del ascenso ante el Dépor o la salvación ante el Osasuna. Fueron partidos en los que la moneda salió cara, pero en los que también pudo haber salido la oscura cruz. 

En cambio, este martes la cruz no existe. Es una moneda de dos caras. Todo saldrá bien. Es el partido de la ilusión. De soñar sin tocar los pies en la tierra. Aunque perder sea lo normal, la derrota no lleva enfado, sino a más emoción. 

El fútbol no son noventa minutos. Sino todo lo que conlleva. Y es aquí donde todo el mallorquinismo ya ha ganado. De vivir queriendo sacar las castañas del fuego a vivir por una ilusión sin derrota posible.