Hoy creo más que ayer para conseguir la proeza de llegar, por cuarta vez, a la final de la Copa del Rey. Ayer, antes del partido, era reacio, hoy creo que es posible. El Mallorca ha salido vivo de la ida con el empate a cero y, aunque no sean favoritos, la ilusión crece.
Al abrir Twitter por primera vez hoy, me ha salido una publicación de Pedro Martín en la que pronostica un «mal asunto» para el Mallorca: ha perdido sus últimos doce partidos en Anoeta y no ha marcado en sus últimas nueve visitas. Al leerlo, he sentido la certeza que necesitaba: creo que el Mallorca pasa.
Solo quedan dos partidos. Son dos finales. El equipo de Javier Aguirre está a dos victorias de coronarse. De vencer. De alzar el trofeo al cielo y de inundar a la isla positiva de felicidad y a la parte negativa, de pesimismo. Son dos partidos. Hago castillos de arena en el aire. Es cierto.
Mallorca y Real Sociedad han jugado cinco eliminatorias de la Copa del Rey: los bermellones han pasado en tres ocasiones. Me gusta que el rival sea el equipo donostiarra. Me gusta ir de tapado. Me gusta que los jugadores no tengan la presión de tener que vencer y sí la ilusión de vivir un sueño. El suyo y el nuestro. Me gusta recordar la eliminatoria en la que les remontamos y ganamos por 6-1. Todo me gusta.
Que sí. Tienen más dinero, mejores jugadores y están en octavos de Champions tras vencer al Inter y Benfica. Que sí, tienen un fortín y casi no encajan. Que sí. Ya lo sé. Basta. Les ganamos en ilusión. Y eso me basta para creer hoy más que ayer.