A veces la vida te sorprende. Como ese cromo que querías sin tú ni siquiera saberlo. Como esa película que fuiste a ver sin expectativas y se convirtió en tu favorita. Como esa canción que escuchaste de fiesta y te gustó tanto que sacaste el Shazam para ponértela luego en bucle. Como ese gol en el noventa y pico. Como esa asistencia que el defensa rival no se esperaba. Como ese pase entre líneas. Como la primera vez que viste jugar a Íñigo Ruiz de Galarreta sin saber quién era.

La historia de ‘Galaxy‘ con el RCD Mallorca empezó de una manera un tanto extraña. El centrocampista vasco fichó por el club en la temporada 2019/20, justo la temporada del regreso a Primera División. Sin embargo, la estrategia con él fue la adecuada. Galarreta disputó ese curso en las filas de Las Palmas, el equipo donde estaba en ese momento. En Mallorca nadie sabía quién era. No entendían qué pasaba. Pero durante ese año, todo mallorquinista tuvo un ojo puesto en la campaña del combinado canario y de los 33 partidos –sí, 33– que jugó de amarillo. Una vez consumado el descenso a Segunda División, Luis García Plaza lo tenía clarísimo: el Mallorca tenía una nueva brújula.

Casi sin quererlo, Galarreta se convirtió en una pieza fundamental para el Mallorca. El equipo no podía vivir sin él. Como ocurre con los spaghetti, que no se pueden comer sin queso. O como pasa con el café matutino que uno se toma para encarar el día. Galarreta adquirió una importancia superlativa. El balón le quería, y Galarreta quería al balón. El fútbol del Mallorca mejoraba cuando él tenía el esférico. Sus asistencias adquirieron una relevancia enorme para ascender de nuevo a Primera División, una categoría que prácticamente desconocía. Pero qué diablos, Galarreta había nacido para jugar en ella.

Su debut con el Mallorca en Primera fue algo natural. Seguía con un rol importante y las expectativas la cumplió con creces. Galaxy‘ estaba en su salsa, disfrutando esa canción llamada Primera División que había redescubierto vestido de bermellón. Una nueva lesión de cruzado le impidió ayudar al equipo en la recta final, pero milagrosamente se recuperó para iniciar la que sería su tercera y última temporada en la isla. 88 partidos después, Galarreta ponía su punto y final como jugador bermellón.

El paso de Galarreta por el Mallorca llegó por sorpresa. Sin expectativas. Pero se volvió imprescindible en el día a día. Se convirtió en esa canción, en esa película, en ese gol. En todo. En la vida, y mucho más en el fútbol, todo es muy efímero, pero siempre quedará el recuerdo de esa fiesta, de ese momento, de esa primera vez. Porque los recuerdos son imborrables, y el de Galarreta no será una excepción.