Cuántas veces. Cuántas veces habremos visto en el cine la típica escena de dos enamorados despidiéndose en un aeropuerto. Él quedándose en un pequeño pueblo, con el corazón roto, y ella yéndose a vivir a Nueva York a perseguir su sueño de ser actriz. Con todo por decirse. Con todo por vivir. Con el amor todavía flotando en cada uno de esos besos con la cara inundada de lágrimas y en esos abrazos infinitos de despedida en el que ninguno quiere soltar al otro antes de coger el avión.

Y cuántas veces, en el último momento, el destino ha cambiado. Y ella le ha dicho: vente conmigo a Nueva York. Y él, con el amor que siente por ella como único equipaje, dice que sí, que ya aprenderá inglés, que ya encontrará un trabajo, que ya se las apañará, pero que está dispuesto a dejarlo todo por una vida juntos. Y se vuelven a abrazar, y a besar, y a llorar, pero esta vez de alegría.

Ay, las películas. Un lugar donde todo lo que ocurre en nuestra imaginación puede hacerse real. Donde hasta el más descabellado de los escenarios tiene su plató reservado. Pero, por desgracia, en la vida real, eso nunca pasa. En la vida real, el jugador más querido de tu Club se despide por redes sociales después de conquistar el corazón de todos los mallorquinistas en tan solo 6 meses. Para irse a otro país, a otra liga, a otro club. Otro en el que ni de lejos le querrán tanto como en este. Aun sabiendo que su deseo es quedarse y vestir la camiseta bermellona.

Pero eso no pasa. En la vida real no se rompen contratos con otros clubes en el último momento y de repente la historia da un giro de 180 grados que acaba con el anuncio de Vedat Muriqi como nuevo jugador del Mallorca hasta 2026. Y si alguien cree que puede ocurrir, es que no sabe nada de la vida. A mí no me molestéis con estas fantasías.

Sería demasiado bonito para ser cierto. Eso solo pasa en las películas, Vedat.