A veces, generalmente cuando no tengo mucho en lo que invertir mi tiempo, me da por pensar. Sin más. Pensar. Y generalmente mal. ¿Mal? Mal. Sí, mal. ¿Por qué nunca se me viene nada positivo a la testa? Pues no lo sé ni yo. Por ejemplo, hoy, esperando el último bus para llegar a tiempo a la clase que tenía a primera hora. Diseño Gráfico, creo. No lo sé, no eran ni las ocho de la mañana. Estaba muy ocupado pensando mal. Hoy me ha tocado volver al pasado y me he enzarzado en uno de esos capítulos más amargos en los que la autocrítica no tiene cabida. Nunca fui un chaval paciente, en ningún sentido. Sí, me resulta hasta erótico escribir como si tuviera ya unos 73 años.
Pues eso, «muy paciente no fui nunca», pensaba esta mañana. Y es que es verdad. Recuerdo esperar con ansias la edición 59 (por decir un número) de la mítica revista de Futbolista, unos cinco minutos después de haber devorado la 58. Y en los restaurantes con buffet igual. El desespero y el ansia constantes de soñar con el siguiente plato sin tan siquiera mirar a los ojos al que ya tienes delante. Con la edad he aprendido a no ser un ansias, o eso dice mi madre. Y me ha venido bien. Aunque ya no me queda dinero para acudir a ningún buffet.
Saber esperar y tener la paciencia para la llegada mejores oportunidades es algo que siempre dejé para septiembre, pero otros, como el bueno Álex López, parecen llevarlo en el maldito ADN. Y es que la del ariete valenciano es una historia para contar a todo aquel que quiera aprender a impregnar la paciencia en cada parte de su cuerpo. De jugarlo todo a contar en numeradas ocasiones para un entrenador que te trajo para que fueras importante (en un periplo temporal de reseña). Como cuando Papa Noel me trajo la Nintendo DS, fui el rey unos días, y pasé al olvido por la adquisición de la Wii por parte de todos mis amigos en la Noche de Reyes. Siempre fui con un poco de retraso, pero bueno, esa es mi historia, no esta. Eternos olvidados.
Pues eso, volvamos a Álex, si es que la cabeza me deja. Empieza una temporada post-ascenso ilusionaste y, a ver, después del año que te has pegado currando en Segunda División B, pues esperas algo bueno. Y pum, golpe de realidad (en toda la cara). El tipo que te prometió el oro y el moro no te pone. Qué palo. Un motivo para rendirse, podrían pensar algunos, como yo, que soy todo un comodón. Pero ahora volved a olvidaros de mí y pensad, ¿cuántos de vosotros veríais más una oportunidad que una mala noticia en eso? Pues ya os respondo yo. Uno, dos y SuperLópez. Trabajo, trabajo y más trabajo. Esa es la fórmula que se impuso el valenciano a su propia rutina para poder «volver».
Y volvió, pero no ahora ni la semana pasada ante el Córdoba, sino desde el primer día. Desde el primer día que vio que su nombre no estaba en aquella pizarra con once jugadores titulares. Desde que arrancaron los entrenamientos de la temporada, desde aquellos minutos en el Metropolitano y en Santo Domingo, desde aquel gol de la victoria ante el Cádiz tras disputar menos de un cuarto de hora de fútbol, desde aquel gol del redondeo ante el Tenerife tras disputar algo más de un cuarto de hora de fútbol… son demasiadas cosas como para citarlas todas. De los últimos 180 minutos de fútbol, ya ha jugado 135. Y subiendo, eso seguro. Pues como siempre macho. Qué importante saber esperar eh, y no es sólo eso, pero qué importante.