Director de batuta silenciosa, aunque sabe convertirla en fusta. Apariencia de tranquilidad que, seguro, esconde una maquinaria interior a mil y una revoluciones. Cuando el do es sostenido y no bemol, por mucho do que sea, debe corregirse. Y lo corrige. Vicente (y Dani) parece controlar todo casi tan bien como hace con su discurso, sereno y racional ante la ilusión de las gentes. Fiel a una idea que no teme retocar, está sabiendo potenciar las cualidades y camufalndo los debes de todos sus futbolistas. La apuesta por el continuismo, con dos onces idénticos en los que diez de los jugadores disputaron el bronce, no se contradice con la inclusión de una pieza diferente (y hasta ahora diferencial) como la de Carlos Castro y su cara de pillo, más propia de nuestro primo pequeño pateando el balón de playa que de depredador de área. Luego, en el cartelillo, hace aparecer rostros nuevos con ganas desmesuradas de llevarse el aplauso del público y una palmadita en la espalda del míster. Cada uno y cada cosa en el momento exacto, en el contexto perfecto.

Las decisiones sobre la marcha de Vicente son uno de los principales activos de este Mallorca colíder. (Fuente: LaLiga)

La lectura de los partidos y su repercusión en ellos está siendo inmacualda, sin fisuras. Ante Osasuna, Baba y un consecuente 4-2-3-1 inédito dio un tercer pulmón al equipo en horas bajas y Valcarce, que innegablemente cierra mejor que su homólogo Aridai, ayudó a Fran en su lucha con Clerc y Juan Villar. En el Metropolitano, Castro fue el primer sustituido, en detrimento del debut oficial de Dani Rodríguez. 4-3-3, con un pletórico Marc Pedraza liberando la imaginación de Salva y Dani, que conectaron a las mil maravillas y otorgaron solidez al carril central. Con los mejores minutos de los majariegos, siempre de la mano de Aitor García, no dudó cual debía ser su siguiente aspaviento y dio entrada a Álex López. Todos los balones que achicaba la defensa los recibía con la sonrisa propia de quién sabe que está a punto de batallar y pugnó con los tres centrales de Iriondo ,que acabó muchas veces (demasiadas, quizás, para Galán, Verdés y Morillas) en victoria de David sobre Goliat.

La hazaña de la temporada pasada, que pocas veces apreciamos como deberíamos, ya le abrió una página en el libro dorado del mallorquinismo. No satisfecho con ello, al valenciano se le está empezando a poner cara de entrenador longevo y objeto de culto. Y, como todo, parece que también lo tenía controlado, apuntado en su libretita. Eso y todos los próximos movimientos de su banda, que, de momento, hace sonar música angelical.