Cuando a Maldini le entrevistan en su azotea, laboratorio de señal Astra, Hispasat y todo lo que se ponga por delante, siempre insiste mucho al cámara que le graba que todos los receptores satélite son legales. Un momento formidable. Después exhibe su hemeroteca de partidos grabados con un sistema de búsqueda informático. Unos tanto y otros tan poco. Los del poco podrían ver toda la temporada de la Superliga de Turquía sin problemas antes que visualizar la tercera categoría del futbol español. Y no será por dinero. Si se puede ver, el geobloqueo es el portero de discoteca mentecato y, si se consigue traspasar esa pantalla, aparece una realización desamparada.

Pero todo es más llevadero si los resultados acompañan bajo la simpleza de la figura humana. Ves el encuentro en un portátil y llegas a dar gracias porque entre el páramo de juego sobresalen trencillas deslenguados acomodados en el papel protagonista. Utilizan la ruleta rusa para opositar en divisiones superiores. Esa pieza de acción cuando Joan Sastre manda el balón a banda, saca el mismo Joan Sastre y el colegiado, con un movimiento ligero de mano, compone algo traducido como sigan, sigan. El VAR en Segunda B sería un absoluto vía crucis. Quedaría un enfrentamiento desértico. Solo serviría para que no jugara, por ejemplo, Facundo Guichón e irse así a un parque de bolas o Álex López quedaría sellado de una irresponsabilidad bastante torpe.

Igualmente Llagostera siempre quedará en el recuerdo de Alejandro Faurlín, en un inmejorable escenario para debutar. Es tal la falta de estímulo sobre el qué, quién, dónde, cuándo y cómo de un partido a tablas indolente, que uno visualiza delirando que el delegado de campo es Pere Guardiola y merodea el barrio esperando un tweet de Molango y los mensajes de Monti, verdaderas piezas poéticas (o rockeras).