Sobretodo cuando eres joven, necesitas formar parte de una. Sentirte identificado, respaldado. Querido, en definitiva. En el colegio, en tus veranos en el pueblo y en tu equipo de futbol siempre es bonito tenerla. Pero también cuando creces, formas una familia y curras en un sitio que te gustará más o te gustará menos. Ahí también es importante sentirse identificado y querido. Por eso mantenemos a los amigos de la infancia y la adolescencia aunque no se tenga la cercanía de antaño, aunque cada uno lleve su vida. Por que nos gusta sentirnos arropados por nuestra gente, con las que compartimos mil y un memorias.

Pero no todo se trata del pasado. Al fin y al cabo, la amistad es como el trayecto de un tren. Algunos de los que empezaron el viaje contigo se bajan antes de lo que esperabas o se cambian de vagón y se alejan, otros se suben de repente. Algunos simplemente no pretendían bajarse nunca y eres tu el que te bajas del suyo. Así de cambiante es la cosa. Y en ocasiones, en las peores, hay que hacer limpieza total. Como tuvo que hacer el Mallorca este verano. Los desertores que dejaron el club a la deriva en el ámbito deportivo ya no lucen el escudo en su pecho. Y demos gracias por ello. Vicente Moreno no fue el primero pero si el más importante fichaje. Él es el corazón. Y todos los futbolistas que consiguió traer -porque no tengo duda de que lo consiguió él- como Reina, Giner o Álex López, los que consiguió que quedasen -véase Lago, Raíllo o el artífice del término «somos una piña», Damiá- y el resto de componentes de la plantilla forman LA PIÑA, en merecidas mayúsculas, que lidera la división de bronce con puño de hierro.

 

 

Retomando la metáfora del tren. El año que viene, se ascienda o no, la piña se disolverá. Y es algo que debemos tener presente. Algunos bajaran del tren porque les ofrecerán asiento en otro más rápido y moderno, otros por necesidad personal o por andar buscando nuevos aires, nuevas aventuras. Igual que los que acabamos el bachiller y huimos de la isla. No por disgusto, si no por ansia de conocer mundo. Y nos separamos. Los más afortunados –y echados para adelante– nos vamos a Barcelona, a Madrid, incluso al extranjero. Algunos otros se quedan en casa. Nos dividimos, cada uno con sus objetivos y ambiciones. Y dejamos que se suba gente nueva a nuestro tren y nos subimos nosotros a los suyos. Pero el secreto de una piña está en su madurez. No dejéis que la distancia, la progresiva pérdida de contacto y las nuevas amistades os hagan perder a los vuestros. Os conviene mantener a vuestra verdadera Ananas comosus durante todo el trayecto.