Muchas veces se acusa a la preparación física. Otras tantas, al sistema con el que juega. Incluso a factores externos, como el estado del césped o el clima. No obstante, pocas (o menos de las que se debería), se achaca a lo psicológico en general y a la confianza en particular. Factores totalmente condicionantes del juego, íntegramente dependientes en el propio futbolista y en su entorno más cercano. Demasiadas veces olvidamos que también son personas y que en ellos también recae la mala conciencia, aunque a veces parezcan tratar de convencernos de lo contrario. Presuntamente conscientes de estar haciendo las cosas mal que, la vasta mayoría de veces, no hace más que empeorar la situación.

En Mallorca ya lo han probado todo. Se cambió de entrenador. Se reforzó la plantilla, con más o menos acierto, durante el mercado invernal. Se trastoca, semana tras semana, tanto la alineación como la disposición táctica y las premisas que se les dan a los jugadores buscando dar con la tecla. E igual el problema reside en esto mismo. Que nadie ve un pilar, serio y fundamentado, al que agarrarse y partir de él edificar el equipo y el club.

Brandon Thomas simboliza a la perfección la negra espiral en la que se encuentra el equipo. Su falta de fe y de acierto de cara a portería está condicionando al conjunto.

Quizás, donde más se note la carencia de seguridad en uno mismo sea cuando toca encarar portería rival. Lo que empezó siendo una mala racha -en el fondo, otra manera de llamar a la falta de confianza- de Brandon Thomas, ha derivado en un problema sistemático del equipo. Lekic, Culio, Moutinho y un largo etcétera llevan meses desaprovechando ocasiones de gol a diestro y siniestro, provocando una consecuente lacra en la parcela ofensiva del Mallorca. No obstante, el tema Brandon va más allá del gol. Desde hace más de un mes, su toma de decisiones está siendo totalmente nefasta: casi por norma, conduce cuando tiene que pasar y pasa cuando debe conducir.

Desde hace meses, Biel Company se muestra incapaz de contener a los atacantes rivales. LFP

Y no porque pasen más desapercibidas se debe olvidar que también afecta al resto de líneas. Juan Domínguez, antes de lesionarse, destilaba en su juego un aura negativa impropia de él, fallón en los pases y en su colocación en tramos defensivos. Por otro costado, Company, que desde que abriese las puertas del área bermellona a la delantera del Valladolid (en un partido que acabaría 0-3 para los pucelanos), no ha vuelto a dar el nivel. El pasado viernes volvió a ser superado, esta vez por un Iván Alejo que reactivó el ataque alfarero desbordando una y otra vez al mallorquín.

Casi de rebote, el déficit de seguridad en uno mismo y en los demás también llega al banquillo. Pocos podían llegar a imaginar que el mismo Javier Olaizola, caracterizado desde siempre por hablar sin tapujos, recurriría a tópicos mundanos como la mala suerte o el poco hacer del rival para justificar las derrotas en vez de mirarse el ombligo propio y aceptar sus errores de planteamiento, las sustituciones desafortunadas y a destiempo y los cambios de idea, sin ton ni son, de una jornada a otra.

Nadie, absolutamente nadie, está a salvo de la falta de confianza. Ni el futbolista más excelso, ni el dueño del bar bajo tu casa. La prueba irrefutable de ello fue ver a un desconocido Rafa Nadal hundido en la pista central de Wimbledon tras ser derrotado por Dustin Brown, aquel alemán de descendencia jamaicana y excéntrico como pocos. Si Rafael Nadal Parera, el deportista más poderoso en el apartado mental de toda la historia del deporte habido y por haber, ha sido derrotado por él mismo en alguna ocasión, ¿cómo no van a llegar a estarlo aquellos que, al lado del manacorí, son simples mortales?.