Los resultados no llegan y comienzan a avivarse el nerviosismo y las críticas. Se oyen las primeras voces críticas con Javier Olaizola, máximo responsable de lo puramente deportivo. Y esto, naturalmente, no acaba de hacer bien al equipo ni a la institución, con Maheta Molango a la cabeza. Y si no, pregunten a Tino Martínez (Dir. Comunicación) y a Joana María Rigo (responsable de taquillas), despedidos por el suizo en las últimas semanas. Con más o con menos razón, la situación clasificatoría está trascendiendo y el club balear está cerca de caer en errores del pasado.

Si el equipo no rinde, o lo hace por debajo de sus pretensiones, el primero en recibir el toque de atención es el entrenador. En cuatro temporadas, siete entrenadores y dos interinos. Oltra, Karpin o Ferrer, por citar a algunos, fueron cesados tras reiterar, desde las oficinas del club, su incontestable confianza y toda la palabrería que suele acompañar este tipo de discursos. Como si, después de que un entrenador realice una pretemporada y confeccione una plantilla a sus gustos y necesidades, cesarlo fuese el menor de tus problemas. No hablemos si es a final de temporada, cuando todo se agiganta. Imaginen un cardiólogo dejando a medias una operación para que la continúe un podólogo. No, ¿verdad? Y vale, cambias un entrenador de fútbol por otro entrenador de fútbol. Pero si cada persona es un mundo, no hablemos de entrenadores: cambia lo táctico, lo emocional, la relación entrenador-jugador…

Y es por eso que encuentro extraña, incluso ridícula, la incipiente contrariedad ante todo lo que hace o dice Javier Olaizola. Ya no solo, poniendo la mano en el fuego, porque todo lo que hace o dice busca el beneficio del club y del equipo. Porque después de tantos años en los que el mallorquinismo ha sido engañado y ninguneado a base de bien, encontremos a alguien comprometido en cuerpo y alma y que va de cara, sin tapujos,es cuestionado a las primeras de cambio.

Y no me malinterpreten, Olaizola no debería tener más crédito que otros por ser autoproclamado mallorquinista. Tan solo que, tras estos tres últimos años bailando con el descenso, con tantos cambios de entrenador que cuesta recordar el orden en el que desfilaron por el banquillo de Son Moix, habría que confiar. Y con confiar me refiero a que, si hay que morir, que sea con lo puesto. Que sea con Olaizola. Que en Mallorca somos muy de lo nostro.