La paciencia de la afición mallorquinista está en proceso de acabarse. Esto se escenificó claramente en el cambio de Lekic por Lago Junior en el partido del sábado pasado que se saldó con un empate a dos goles ante el Zaragoza. La pitada multitudinaria se produjo al entender la hinchada que sustituir al que estaba siendo el mejor jugador local no era la mejor decisión de cara a lograr la victoria. Posteriormente iba a crecer el enfado local tras el segundo gol del Zaragoza.

La afición, en su eterna desesperación, ven como temporada tras temporada el guión parece ser el mismo. Ni siquiera la ilusión suscitada por la compra del club por parte del magnate estadounidense Robert Sarver, ha logrado apaciguar los ánimos en Son Moix.

La sensación es que el rendimiento del equipo está muy por debajo de su potencial, sobre todo fuera de casa. La plantilla, confeccionada con el objetivo de copar las posiciones de ascenso, no hace vibrar un estadio enfriado por la resignación.

Es lógico que ante la relativa ilusión por la presente temporada las culpas se las lleve Vázquez. El gallego ha tenido los ingredientes necesarios para triunfar ya desde la finalización de la anterior campaña. No obstante, los resultados obtenidos no convencen a nadie.

Si a la ya convulsa situación le añadimos una ración de reproches por parte del técnico mallorquinista a la afición, obtenemos como resultado un aumento de la crispación.

No han sentado nada bien las declaraciones de Vázquez, quejándose de los pitidos sufridos en casa.

Llegados a este punto la autocrítica es esencial. Todos los agentes intervinientes tienen su grado de culpa, es obvio. No hay lugar a dudas de que el de Castrofeito no está consiguiendo cumplir con su palabra de acercar al Mallorca a la Primera División.

Ahora la pregunta es: ¿Esto es todo, señor Vázquez? Porque si es así, el cambio tiene que producirse ya.