Bienvenidos a la Liga 1,2,3… empate otra vez, y sino juzguen ustedes mismos: 33 partidos disputados en las tres primeras jornadas con un saldo de 19 empates, lo que representa el 57,5% del total. Mención especial merece un desbocado Lugo, con 3 empates seguidos y un balance de 8 goles a favor por 8 en contra, lo que le convierte en el equipo más goleador y a su vez más goleado de la categoría.
Entrados ya en materia me atrevería a decir que una de las asignaturas pendientes del mallorquinismo durante los últimos 3 años ha sido, precisamente, la incapacidad de valorar en su justa medida “el empate”, tantas veces menospreciado por el sentir de una grada que únicamente concibe sumar de tres en tres y a ser posible pasando por encima del rival. El empate a día de hoy es concebido por la afición bermellona como una seudo derrota, es decir, como la incapacidad de imponerse a su oponente dejando escapar dos puntos. Pocos son los que al final de temporada, y salvándose el equipo sobre la bocina, logran identificar que aquel empate injusto que les hizo rabiar dos semanas atrás les dio la posibilidad de competir un año más en la menospreciada Segunda División. Llámenme conformista, pero yo me declaro un acérrimo defensor del empate, por el simple hecho que supone sumar un punto más que la temida derrota. Anoten y comprenderán que, por ejemplo, 15 empates suponen 15 puntos mientras que 15 derrotas sabemos sobradamente lo que significan…
Otra cuestión que me seduce es el valor que se le otorgan a “las tablas” en función de si éstas se producen en casa o a domicilio. Es un sentir generalizado que un empate a domicilio es entendido como un mal menor, “hemos rascado un punto pero ahora hay que hacerlo bueno en casa” cuando, en realidad, como local convives con el mayor de tus temores, que no es otro que perder ante tu afición, además de jugar con un plus de presión que normalmente no tienes a domicilio. En el fútbol actual el valor de un empate es exactamente el mismo si lo cosechas jugando como local o jugando como visitante, giremos sino la tortilla e imaginemos un escenario en el que empatas en casa y ganas fuera… ¿dónde está el problema? Podría ser que esta sensación de dar por bueno el empate fuera de casa, tuviera su razón de ser en la época en la que los puntos obtenidos iban acompañados de positivos o negativos, es decir, que empatar a domicilio suponía sumar 1 punto y 1 positivo mientras que empatar en casa suponía cosechar un negativo, además del punto. Al final de la temporada la clasificación final venía determinada por los puntos obtenidos y por el saldo positivo o negativo de tu balance, en función de si habías obtenido mejores resultados en tu estadio o fuera de él.
Sea como sea, la división de Plata de cada año me parece una categoría más interesante y, cómo no, mucho más igualada, por no decir mucho más apasionante… ya que muchos me tacharían, además de conformista, de idiota.