Hace tan solo una semana, casi ni hablaba de la Supercopa del Mallorca porque sabía que la viviría a miles de kilómetros (se juega en Arabia) y, creo que precisamente por eso, dejé de darle valor. Pero lo más importante: tras la grave derrota contra el Pontevedra en la Copa del Rey y, sobre todo después de que ayer un hotel de Yeda dejara tirados a una veintena de aficionados, cada vez me apetece el título.
El equipo bermellón juega mañana contra el Real Madrid en las semifinales. Es difícil. Mucho. Pero solo está a dos partidos de un trofeo más, sería el tercero de su historia, todo un logro para un que hace siete años estaba jugando en estadios de la extinta 2ªB.
Esta proeza la vieron desde el principio los más valientes que se compraron un billete por su cuenta y riesgo y más tarde los que se apuntaron al sorteo que hizo el club para viajar a Yeda. Desde que el equipo de Javier Aguirre se clasificara después de vencer a la Real Sociedad en las semifinales de la Copa del Rey del año pasado, nunca le hice caso porque no me importaba.
Sí me interesaba poder ir a Sevilla a ver la final con mis hermanos a La Cartuja, pero ir a Arabia Saudí a un país que vulnera los derechos humanos, no me atraía. Es más: no le daba valor, ni aunque estuviese mi equipo.
En cambio, cuando ayer me enteré de que una veintena de seguidores se quedaron sin estancia me llegó el click. Hacen lo mismo que hice yo hace unos meses: acompañar al equipo de sus amores allá por donde va.
También me molesta que la cuota de protagonismo de mi Mallorca sea siempre menor que los demás rivales, que son unos habituados a las grandes citas. Ahora no sé qué me gusta menos: que juegue en Arabia o contra el Madrid y el Barcelona, que monopolizan el foco mediático. Si hubiera sido en España, estaría allí sin pensármelo. Solo quedan unas horas para que eche a rodar el balón y cada vez me apetece más de que llegue ya el gran día porque ahora sé que cuando vea a un aficionado bermellón, sentiré que yo también estoy allí, en la Supercopa del Mallorca.