Kang-In Lee fichado por el PSG. Y me alegro de decirle adiós. Que se me entienda bien: es un jugadorazo, pero quiero volver a ilusionarme. La ilusión es la alegría de la vida. Y la alegría, el motor de nuestro día, pero un buen motor, como el de Max Verstappen, bicampeón de F1.

Con la venta del surcoreano, el mallorquinismo está seducido por los 17 millones recibidos y por la cantidad de candidatos estimulantes que salen a la palestra día sí y día también para rellenar el vacío de Kang-In Lee y para conseguir un acompañante de lujo para Vedat Muriqi.

Pero este adiós es un éxito. El éxito de una relación beneficiosa. Sí, es cierto. Existen. Como el frío en julio. ¡Qué locura! Como locura es irse a París habiendo vivido en Mallorca. ¡Temerario! ¿Alguien ha conocido una etapa tan provechosa como esta? Ambos contentos. Ricos y felices. Bueno, lo segundo está en duda. Pero lo primero es real. ¿Y hay algún millonario infeliz? El trabajo dignifica. ¡Que me lo cuenten a mí! Me cambio por usted.

La palabra éxito es una palabra manida desde que Florentino Pérez es presidente del Real Madrid. Miento. Manida no. Es real. Es el adjetivo más utilizado hacia el omnipotente constructor del Hospital de Son Espases por el que obtuvo unas cuantiosas plusvalías. ¡Qué éxito! Nada mejor que millones. Pues Pablo Ortells ha ganado más que Florentino con Son Espases, al menos así dictan los números contables. Los presentados, digo. Ortells 17, Florentino 7. 

¿Qué hay más allá del éxito? ¿Una convicción lograda es un éxito? Pablo Ortells también lo ha conseguido. Fichó a un jugador defenestrado por un club, el Valencia, que sigue abocado en el infierno de los millonarios. Qué curiosidades: todos ricos y todos felices, aún en la derrota. Como Peter Lim. Aunque, ¿qué más le da perder en esto? Es un juguete. Un juguete roto. Como el Nuevo Mestalla. Tiene tanto dinero que unos millones no le afectan. ¡Qué envidia!

Kang-In Lee llegó a coste cero a cambio de una cláusula baja y un porcentaje en la venta que se iba a dar y que finalmente se dio. Sabía que se iba a revalorizar. Como también lo sabía Ortells. Pero no Luis García Plaza. Lo rescató Javier Aguirre. Le dio confianza y obligaciones defensivas. Y respondió con goles, asistencias, regates, carreras y aspavientos de alegría a la afición. La magia del fútbol. Aquella magia que desde hace una década desapareció de Son Moix. Y ahora, esta magia, volverá una vez más reencarnada en otra ilusión que la afición mallorquinista y Pablo Ortells todavía desconocen.