Odio el fútbol moderno porque he dejado de entenderlo. Tanto, como las ideas marketinianas que ya no comprendo. Y no es un asunto menor, sino mayor. Porque la esencia de lo que un día fue, ya no será. Es algo tan simple que se ha dejado de hacer. Y, cuando perdemos la simplicidad, todo se vuelve un caos indescifrable. Como la incapacidad de Pedro Sánchez, Yolanda Díaz y Santiago Abascal de definir qué es una mujer.
Quién hubiera dicho “agua y jabón” ayer en el debate a tres, hubiera ganado un votante. “A Cecil Beaton le preguntaron: ¿Qué es la elegancia? Y contestó: agua y jabón. Que es lo mismo que decir: lo elegante es lo sencillo, lo útil, lo de toda la vida”. Escribe Marta D. Riezu en la contraportada de su libro Agua y jabón.
Por eso, lo de toda la vida es que un jugón lleve el dorsal número 10 en su espalda. El jugador más talentoso luce el número deseado. Algo tan sencillo que hace muchos años que en el Mallorca ha dejado de suceder. La cantidad de jugadores intrascendentes que han lucido el 10 deja en mal lugar la elección del futbolista con el dorsal más llamativo.
Atención: Antonio Sánchez, Murilo da Souza, Sung-yueng Ki, Álex Alegría, Álex López, Sasa Zdjelar, Adrián Colunga, Óscar Díaz, Thierry Moutinho, Albert Riera, Marko Scepovic y Tomer Hemed han jugado con el 10 a sus espaldas en los últimos 10 años. Es decir: muchos desmerecen a jugadores mallorquinistas históricos como Ariel Ibagaza y, a un número, que visten y vistieron futbolistas como Leo Messi, Modric o Maradona. Un insulto a la poca inteligencia del fútbol moderno.
Un 10 es un futbolista capaz de levantar al público del sofá con un control, un pase o un disparo mágico, inesperado y resolutivo. ¿Cuándo jugadores como Ki, Zdlejar, Colunga o Álex Alegría lo han hecho? ¿Quién pensó en ellos? ¿Quién asume el error de una cuestión mayor?
Hace años que el Mallorca no tenía un jugador tan talentoso como Kang In Lee y, en vez de llevar el número que le tocaba por calidad, vistió el 19. Pesó el ingenio de un futbolista como Antonio Sánchez por conservar su deseo de mantener el dorsal soñado de niño, en vez de dejar que los chavales como fue él, deseen en un futuro lucirlo un día.