Hace casi un año la NBA sancionó a Robert Sarver, expropietario del Mallorca, con un año de suspensión de sus cargos en el equipo Phoenix Suns y a una multa de 10 millones de dólares por acoso. La liga de baloncesto estadounidense aseguró que su conducta «violó las normas comunes del lugar de trabajo. Utilizaba un lenguaje racial insensible, un trato discriminatorio a las empleadas, declaraciones y conductas relacionadas con el sexo y a veces acosaba a los empleados». 

Llegó a realizar «comentarios groseros o inapropiados sobre el aspecto físico y los cuerpos de las empleadas«, incide el comunicado. A la par Andy Kohlberg, presidente del Mallorca y accionista mayoritario, mandó una carta a los mallorquinistas afirmando que «no seguiría formando parte de ninguna organización en la que personalmente presenciara o tuviera conocimiento de este tipo de comportamiento«. Nueve meses después ya no comparten propiedad en el Mallorca.

Por otra parte, el presidente de LaLiga, Javier Tebas, se lavó las manos. Como la presión mediática. Nadie acusó con la fiereza necesaria que Robert Sarver castigado con una dura sanción por la NBA por acoso y comentarios sexistas y racistas (utilizó hasta en cinco ocasiones la palabra nigger, una forma despectiva para referirse a los afroamericanos), siguiese siendo accionista de un club de Primera división.

No hubo campañas contra el racismo ni tampoco contra el trato discriminatorio contra las mujeres pero sí que hay mensajes de agradecimiento por haber comprado el club e invertir millones en el Mallorca. Seguramente sin sus millones, el equipo bermellón no estaría en primera división ni con deuda cero ni con un estadio prácticamente nuevo, pero ¿una inversión de un multimillonario justifica o perdona una actitud discriminatoria contra las mujeres y afroamericanos? Lamentablemente sí.

Sería una buena muestra de transparencia realizar una rueda de prensa explicando los motivos que han llevado a tomar la decisión de adquirir las acciones de su exsocio, de por qué nueve meses después Sarver se desvincula del Mallorca, por qué han tardado tanto o si por fin tiene conocimiento del comportamiento denigrante de Robert Sarver.

En torno a la figura del expropietario del Mallorca y a la del actual presidente, Andy Kohlberg, se respira mucha opacidad. Mucho ocultamiento y muy pocas explicaciones. Como esta venta que se ha materializado nueve meses después de que la NBA sancionara al banquero de Arizona. ¿Por qué Sarver tardó tres meses en vender los Phoenix Suns y nueve en deshacerse del Mallorca? ¿Por qué han tardado tanto en llegar a un acuerdo? ¿Esconden algo?

Andy Kohlberg, que compró una vivienda cerca de la Plaza de Tortugas, es el claro ejemplo de residente millonario que cada vez vendrá más a Mallorca. No es un caso casual, pero sí cada vez hay más personas extranjeras que vienen a la isla a vivir o a hacer negocios y no saben hablar ni castellano ni catalán. Es más: no se esfuerza ni en leer un comunicado, lo suelta en inglés y se traduce. Ya está.

Para Kohlberg el equipo es un negocio más. Se ha vinculado poco en la dinámica del equipo y mucho menos en las raíces del lugar. Le sobra el dinero. Pero quiere más. Como cualquier americano auténtico. Mientras los mallorquinistas auténticos lo alabarán porque fue el salvador del club y quien lo salvó de la miseria, dirán. Y es cierto. Pero no menos que no lo hizo por amor al rojo y al negro, sino al verde. Al verde del dólar. Eso es. 

Nueve meses después, puede decir con orgullo que ha cumplido su palabra, una palabra sin valor, quizás. Pero, ¿qué más da? Si traen a Larin, Mójica, Rodrigo Riquelme, Sergi Darder o César Montes todo queda justificado.  ¿Y qué se le va a hacer si la confrontación y la polaridad de las ideas está cada día más presente porque el ser humano es egoísta? Nada importó y nada importará, salvo que los resultados cambien.