Estoy cansado de escuchar que el patrimonio del RCD Mallorca es la Primera División porque es mentira. El patrimonio de cualquier club es la unión entre plantilla y afición, solo así se consiguen los sueños porque los deseos de ambos se alinean. La afición está entregada a todos los jugadores. A los más habituales como Vedat Muriqi y a los menos como Gio González o Nastasic. Y los jugadores lo dan todo por el escudo y sus seguidores. La comunión entre ambos es tan real como el primer amor, pero solo con un matiz, en esta relación ambas partes saben que un día acabará y lo aceptarán. Mientras, disfrutan y exprimen este idilio intenso y lleno de pasión.

Al pitar el final de la victoria del Mallorca por 4-2 ante el Villarreal hubo una imagen que me llamó mucho la atención: Dani Rodríguez volvió a saltar al terreno de juego a celebrar el triunfo con sus hijos y Muriqi se abrazó con uno de sus hijos y jugó con él. La unión de los jugadores es total. Se llevan muy bien, el grupo ha congeniado y, como todo equipo conjurado, sus fuerzas se multiplican tanto como si se fusionaran Goku y Vegeta.

Si apareciese un problema, afición y jugadores se apoyarían y se ayudarían. Unos lo darían todo en el terreno de juego y los otros animarían hasta quedarse sin voz en la grada. Aceptarían lo negativo y celebrarían lo positivo porque su relación se basa en la confianza. En la confianza de dejarse la piel, como un primer trabajo en el que se empieza a cobrar, aunque se aprovechen de ti.

Y todo el mallorquinismo le debe la primera piedra de esta a unión a Maheta Molango. Porque, aunque fuera el CEO del descenso a Segunda B, configuró junto a Javi Recio no solo una plantilla sino una familia. Una familia que cayó de pie ante una afición que solo pedía entrega. La misma entrega a un escudo que ambos aman de corazón. 

Y el amor verdadero mueve el mundo. Aquel que todos pensamos que no existe hasta que no se siente, hasta que no se palpa, hasta que no se ve. Por ejemplo, las lágrimas de Abdón lo son, el brazalete de Raíllo lo es, el sacrificio de Dani Rodríguez lo es, como también lo es la paliza que se metió la afición por animar al equipo ante Osasuna y coseguir la salvación la temporada pasada.

Las relaciones sanas, las que duran para toda la vida, son aquellas en las que existe admiración. Y en este caso, la admiración es mutua. Por eso, la admiración entre afición y los jugadores del Mallorca es el auténtico patrimonio del club, porque sin admiración una historia de amor como esta no merecería recordada y pasaría desapercibida como cualquier mal temporada.