Paseo por el Paseo Marítimo. Me da el sol de pleno. Y veo ilusión y alegría. Estoy en Cádiz, son las 13.00 y es día de partido. Se juegan intentar salir del descenso ante el Mallorca y conseguir la segunda victoria en el antiguo Ramón de Carranza. Cádiz me da envidia, que no el Cádiz. Salgo a desayunar y veo a multitud de gaditanos con la camiseta, la bufanda o ambas prendas puestas. Se nota que es día y no un partido cualquiera, «nos jugamos la vida», oigo en el bar donde desayuno.

Es una ciudad pequeña e histórica. La primera ciudad de occidente, se llamaba Gadir. En escasos 30 minutos recorres su longitud que no su superficie. Y se nota. Como se nota que es una ciudad pensada para los habitantes del municipio, aunque viva del turismo.

En los aledaños del estadio se bebe cerveza, mucha. Y los ultras cantan debajo del palco «Vizcaíno vete ya». Busco mi entrada y me quedo fascinado de que a escasos metros de los asientos y, en el mismo edificio, como si de un centro comercial se tratara, hubiera un supermercado y oficinas, entre ellas una clínica dental, creo recordar. 

Llego a mi asiento y, aunque estuviera en el centro de la tribuna descubierta, creo que no podré ver el partido como se merece. Pues sí, como en Son Bibiloni, hay que alargar el cuello para intentar ver la línea de cal más próxima. Pero no. Pago 60 euros más gastos de gestión y no veo el partido al completo. El Cádiz, que no Cádiz, me ha engañado. ¿Por qué no pusieron que el asiento es de visibilidad reducida? Porque solo esa advertencia es lo que diferencia a un teatro de un partido de fútbol. En cuanto a honestidad, digo. Que no a la interpretación, que no falta.

En la acción que debería haber cambiado el partido, y que al día siguiente no apareció en la crónica de el Diario de Cádiz, los aficionados de mi alrededor gritaron que Grenier «es un piscinero». Pero no, al defensa que corearon y vitorearon, ‘Momo’, lo ovacionaron cuando le pudo dejar sin carrera deportiva. Y, con la misma vehemencia, reclamaron la nueva mano de Valjent. El show duró cinco minutos. Que si voy al VAR, que si no… Y mientras todo el estadio pitaba. Ya que poco les habían favorecido. 2-0 y el partido murió con una nueva derrota del Mallorca. Al finalizar bajo al baño y me doy cuenta de todo. Ya sé el porqué de la pitada a Vizcaino.

Al entrar en el lavabo lo entendí y me reí: el presidente del Cádiz quiere que sus aficionados vengan defecados de sus hogares. Sin tapa y sin papel higiénico, ¿a cuántos les habrá entrado la necesidad de aliviarse sin poder hacerlo? Me río. Ha valido la pena, aunque el Mallorca haya perdido y aunque el partido haya sido aburrido. Me han engañado, pero me he reído. Dan una bolsa de papel para tirar las cáscaras de las pipas y no hay papel higiénico, que me temo que lo guardan para el final de temporada.