El viernes, después de más de dos años, volví a pisar Son Moix. Y podría haber sido una tarde más, con un partido tranquilo, sin incidentes… pero no, más bien fue todo lo contrario. 

Todo empezaba a las 19:20, hora a la que yo entraba por mi puerta 3, en dirección a la grada Lluís Sitjar. Subí las escaleras, me detuve a ver las vistas de la Serra de Tramuntana -puede que me parara solo para recuperar el aire, pero así queda más poético- y llegué a mi vomitorio. Contemplé aquel maravilloso templo rojinegro desde lo alto, saqué una foto y me dirigí a mi sitio.

Yo tenía el número 84. Y cuando llegué a mi asiento, me encontré que en el 83 había alguien sentado. Una chica joven, junto a su padre, de la que sé su nombre pero a la que llamaremos “Ana” (no he consultado a nadie si podía contar esta historia, así que espero que si lo lee el padre o la hija no les siente mal). Como no había nadie hacia el otro lado de la fila, me senté allí, dejando dos huecos de separación entre ellos y yo. Y me puse a contemplar de nuevo cada detalle que creía haber olvidado del campo.

Vista desde donde pasó todo

En los últimos minutos de calentamiento, Brian Oliván chutó a portería. Con tan mala suerte que su disparo pasó por encima del larguero y se dirigió directamente a la cara de mi vecina de asiento. Os puedo asegurar que el balón iba muy, muy fuerte. Creo que ni aunque ella hubiera visto el balón acercarse podría haberlo detenido.

Ana se quedó conmocionada por el golpe. Y pronto los aficionados de alrededor empezamos a pedir a las asistencias que la atendieran. Por suerte, todo quedó en un susto. Cabe destacar la rápida respuesta de la gente de la grada de Lluís Sitjar, que trajo agua, Aquarius, chocolate… todo lo que pudieron para que se recuperara. Ah, y de su padre, que le ofreció mil veces a Ana marcharse a casa para que se acabara de recuperar -sabiendo que probablemente era la primera vez que pisaba Son Moix en mucho tiempo y que ganas de quedarse en su asiento no le faltaban- y que fue la persona más atenta y paciente del estadio. Padre del año.

Entonces, con el sobresalto ya superado, me puse a pensar lo que habría pasado si siguiéramos sin poder ir al estadio y Ana, su padre y el resto de mallorquinistas hubiéramos tenido que ver el partido por la televisión:

Si no hubiéramos vuelto a Son Moix, Ana nunca habría recibido el pelotazo. Se habría ahorrado un susto y un disgusto. Eso es verdad.

Sin embargo, si no hubiéramos vuelto a Son Moix, Ana se hubiera perdido la camiseta de Brian Oliván, que al acabar la primera parte se acercó a preocuparse por ella y a regalarle la zamarra que había usado durante los primeros cuarenta y cinco minutos.

Si no hubiéramos vuelto a Son Moix, Ana se hubiera perdido la vuelta de honor de Kubo al ser sustituido, yendo de grada en grada, de aplauso en aplauso, mientras guiñaba el ojo a los aficionados y sonreía como el que ha dejado los deberes hechos.

Si no hubiéramos vuelto a Son Moix, Ana se hubiera perdido los increíbles cánticos de “Real Mallorca, ale ale” que inundaron el estadio durante gran parte de la noche.

Si no hubiéramos vuelto a Son Moix, Ana se hubiera perdido el partidazo de Baba, de Dani y de Take. Y, por supuesto, la celebración de la amarilla a Vicente Moreno.

Si no hubiéramos vuelto a Son Moix, Ana nunca hubiera recibido ese pelotazo, nunca hubiera necesitado asistencia médica y nunca se hubiera llevado tal susto. Pero lo peor de todo es que, probablemente, nunca se hubiera acordado de este partido. Y ahora, colgada en la pared con el 3 de Oliván a la espalda, tiene un recuerdo de este día para siempre.

Así que Ana, si algún día lees esto, brindamos por ti: qué bueno tener el fútbol en vivo de vuelta.