Puede que te pillara saliendo de la ducha o tal vez vez preparando la cena de tus hijos. Quizás ibas a por el pan o simplemente te estabas quitando la corbata, o el sujetador, después de un duro día de trabajo. Tampoco sería descabellado que estuvieras en una junta extraordinaria de vecinos, en una interesante conversación con tu cuñado o terminando de preparar aquel examen que tanto se te resiste últimamente. En pocas palabras, puede que estuvieras haciendo lo que acostumbra a hacer el común de los mortales, un martes cualquiera a las nueve de la noche.

Pero lo que diferencia el martes 18 de mayo de 2021 de cualquier otro martes es que el RCD Mallorca, alrededor de las 21h, consumaba el noveno ascenso de su centenaria Historia a la máxima categoría del fútbol español, así, como quien no quiere la cosa. Nada de lo que te estoy contando sería extraordinario si se tratara de un ascenso convencional, donde un equipo se lo juega todo en 90 minutos a cara de perro, pendiente, en muchas ocasiones, de marcadores simultáneos de otros campos y con toda una ciudad paralizada esperando un pitido final que confirme la consecución de tan ansiado objetivo.

Pero el tercer ascenso del Mallorca en 4 años tenía que ser diferente a los demás. Y tanto que lo fue, hasta el punto que logró ascender sin poner un solo pie en el terreno de juego. Recién aterrizado en Tenerife, el equipo bermellón llegó al hotel justo a tiempo para ver la segunda parte del Cartagena vs Almería, como quien llega a casa por la noche para la cena, a mesa puesta. Y así fue como el Mallorca, con ropa cómoda y zapatillas de andar por casa, se topó con un ascenso tan inesperado como deseado, en una plácida noche primaveral en la que la vida de una buena parte del mallorquinismo transcurría normalmente, con un ojo, eso sí, puesto en Cartagena.