Víctima de su estricto vegetarianismo, Carlos Ángel Roa (Santa Fe, Argentina, 1969) respondió siempre al sobrenombre de El Lechuga. Portero de noches legendarias, fue su inquebrantable fe en Dios y su búsqueda desesperada de la felicidad más pura las que guiaron su camino y sanaron sus heridas. Migró a la capital para debutar en Primera división con Racing de Avellaneda a los 19 años (1988), aunque no sacó demasiado en claro: tras una gira por África, contrajo la malaria, el primer escollo en su carrera. Milagrosamente, se recuperó y marchó a Lanús, donde coincidiría con Cúper, Ibagaza, Siviero y Óscar Mena. Semejante concentración de talento, dirigido por una mente y corazón brillantes, resultó en la consecución de la Copa Conmebol (1996) y en la fragua de uno de los mejores equipos que jamás pisaron el Néstor Díaz Pérez.
El Mallorca fichó a Cúper y, acto seguido, Mateu Alemany viajó a Buenos Aires para atar a Carlos Roa y Óscar Mena a petición expresa del nuevo míster. La sinergía Lanús-Mallorca es perfecta y los bermellones, con Roa como pieza fundamental, llega a la sagrada final de Copa disputada en Mestalla. El Lechuga atajó tres penales (a Rivaldo, Figo y Celades) y anotó el suyo, pero no fue suficiente para evitar la derrota y salió, empapado en lágrimas, agarrado de la mano por su mentor, mucho más sereno, como si anticipase lo que venía. El siguiente curso (98/99) sería, sin discusión, el mejor de la historia bermellona. Ibagaza y Siviero completaron la cuadrilla lanusense para dar forma al primer título oficial de la historia isleña: la revancha al Barcelona en la Supercopa de España. En liga finalizan terceros, la mejor clasificación de los 82 años bermellones, con Roa como Zamora (recibió 26 goles en 35 partidos) y ganándose un hueco en el Olimpo balompédico. Para más inri, el 11 de mayo de 1999 estuvo presente en la primera y única final europea con comparecencia mallorquinista. Por una sencilla regla de tres, el portero del mejor Mallorca de la historia entró en la terna de arqueros legendarios del club.
Toda Europa había visto de lo que era capaz el gigante argentino y el Manchester United, flamante ganador de la Champions League, picó a su puerta para que fuese el sustituto de Peter Schmeichel. Entre rumores veraniegos, Roa convocó una rueda de presa para anunciar su retirada. El argentino, seguidor radical de la Iglesia Adventicia del Séptimo Día (cristianos protestantes), alegó haber actuado como un mal cristiano a causa del fútbol («dar patadas a un rival o blasfemar te hacen mal cristiano») y anunció su decisión de «agarrar la Biblia y dejarse guiar por Dios». La incopatibilidad fútbol-religión sorprendió a propios y ajenos, pues era un binomio bastante común, pero el caso de El Lechuga guardaba entresijos: su creencia requiere dedicar los sábados a la plena conexión con Dios y los demás, algo que era interrumpido por sus encuentros ligueros. Recogió sus cosas y marchó a Colonia Margarita, un pequeño pueblo del interior de Santa Fe, para ser Pastor y predicar la palabra de Dios y recogerse en la plegaria.
«Pedí a Dios que me concediera la oportunidad de jugar un Mundial y me la dió (Francia’98), le pedí venir a jugar a Europa y también me la dio. La promesa que hice yo a cambio era retirarme». El revuelo era de dimensiones proporcionales a la devoción del antes guardameta y ahora Pastor de la Iglesia. Muchos le tomaron por loco, pero él siempre contó con el apoyo de su mujer y de su círculo cercano, que era, en gran parte, la plantilla de aquel Mallorca. Desde el club respetaron su decisión, aunque tuviese dos años vigentes en contrato, y nunca rompieron su vinculación. Cualquiera en su sano juicio esperaría que reculase y volviese a la isla, pero tras meses en el ostracismo espetó al Diario Olé: «nunca quise ser futbolista y no lo echo nada de menos. Estoy feliz y en paz porque me saqué un peso de encima y lo hice por amor». Descalabro total. Muchos lo daban por perdido, otros, como Mario Gómez (sucesor de Cúper en Lanús y Mallorca), le daban más vueltas al asunto: «Roa cree que en el 2000 se acaba el mundo. Si no se acaba, quizá quiera volver». A Carlos le entró un cocktail de miedo y remordimiento y, ante el inminente -y supuesto- fin del mundo, decidió purificarse y acercárse a Dios.
Durante su retiro, Roa fue entrevistado en el programa de televisión chileno «De pé a pá» y arrojó algo más de luz sobre su controvertida decisión: Ver parte 1 / Ver parte 2
A los nueve meses y 11 días de su marcha repentina del fútbol, su representante anunció a los medios que Carlos Roa volvería a los terrenos de juego. Los tentáculos del balón le fueron a buscar a los reconditos pueblos donde se resguardaba y le trajeron de vuelta a casa. El Mallorca le acogio con los brazos abiertos, aunque él impuso una condición irrebatible: los sábados no jugaría, ni aunque fuese una final. El club aceptó, pero esa premisa le guió el camino hasta el banquillo. Su nivel había bajado drásticamente y Leo Franco, compatriota y devoto cristiano como él (aunque él si que supo compatibilizar sin problemas), le arrebato el puesto bajo palos.
Uno de los grandes estándartes de la década se marchaba por la puerta de atrás durante el verano de 2002 y Albacete fue su destino, con quien logró el ascenso a Primera división. Entonces, un cáncer de testículo le acechó. El argentino necesitaría de se segundo milagro y, a buen seguro, su fe le ayudó: «Un cáncer es fulminante. Y a mí, el cáncer me perdonó. No sé si hablar de milagro, pero existen». El Ave Fénix reencarnado en guardameta resurgió una vez más de entre sus cenizas y comenzó a ejercitarse en equipos de la Tercera división Balear, para después colgar las botas en el Olimpo de Bahía Blanca en 2006. Como Adventista y mallorquinista, El Lechuga fue ejemplo de vida y guarda un eterno legado.
“Sa Llotja” pretende, a modo de museo y a través de fotografías, personajes, partidos históricos, portadas de periódicos… exponer la historia del Real Club Deportivo Mallorca. Cada jueves, una nueva entrega: