Parafraseando la ya clásica parrilla de salida de nuestro (medio decente) compañero Jan Ibáñez. Solo hay tres cosas capaces de arruinar una cena romántica o un partido de fútbol, que bastante en común tienen: un mal vino, una suegra y un gol en el último minuto. Entre ellas tres, me aventuraría a decir que la menos dolorosa es la tercera. Nada es más humano que bajar la guardia cuando más al tanto debería estar y nada es más edificante que mirar atrás a los errores. No obstante, el Mallorca está dejando a sus rivales entrar en su espacio personal sin llegar a desvestirse. Sin ni siquiera hacer ademán de ello. Sin ser inferior a sus contrincantes, los hombre de Vicente llevan semanas concediendo privilegios no merecidos.

No se le ven las costuras en defensa, pese a estos copar la enfermería, ni el ataque es una negligencia absoluta, aunque si su gran debe. Tras la derrota ante el Albacete, el Mallorca no ha vuelto a ser inferior a sus rivales. Sí en parcelas concretas, como debe ser en este imperfecto deporte, pero nunca en la nota final. Por lo tanto, ¿a que precio está vendiendo su piel el Mallorca? Al estratosférico nivel del de la chinchilla, cien veces más fina (y seguro que también más cara) que la del ser humano, desde luego que no. Ser más afilado en ataque, materializando las oportunidades que sus irascibles suegros les brindan, sea quizá el camino más corto hacia la velada en condiciones que merece Moreno, si quiere dejar envejecer su vino y triunfar en sus próximas cenas rómaniticas. O partidos de fútbol, que más dará.