Rondaba el minuto 13 de partido y los canarios ya se habían adelantado hasta en dos ocasiones —preparen el saco, pensé yo—, porque si en tan solo un cuarto de hora, y sin apenas mostrar juego, tenían ya dos tantos en su haber, ¿de qué iban a ser capaces en los 77 minutos restantes? Me equivoqué. Y es que la actitud de los jugadores bermellones tras recibir el segundo gol no era la de un equipo derrotado, era la de un grupo que confiaba en lo que hacía y en sí mismo. El Mallorca no estaba muerto.
Su juego al menos así lo reflejaba. Y eso que Manolo Jiménez supo anular a Salva Sevilla durante gran parte del primer tiempo, siempre encimado por dos rivales cada vez que el Mallorca estaba en posesión del balón, lo que limitó sensiblemente el juego interior del equipo. Pero no así las bandas, donde las incursiones de Salva Ruiz y Aridai se convirtieron en una constante, creando peligro en cada aproximación, y poniendo en serios aprietos a la defensa rival.
Y así, tras 42 minutos de encuentro, llegó el disparo seco de Fran Gámez; fácil de atajar a priori, pero que un extraño en el último momento acabó por provocar el error de Raúl Fernández, fallo que aprovechó con la caña Lago para reducir distancias. ¿Se conformaron a tres minutos del descanso? No, siguieron apretando hasta conseguir un saque de esquina. Y allí estaba el de Almería para botar el córner, donde las vigilancias de poco importan, solo el guante que tengas, y el de Salva no está nada mal; centro medido para Stoichkov que la empuja y pone las tablas en el marcador. No, no estaba muerto, estaba de parranda.
‘Pasándola bien’ en el verde y recordando la personalidad de antaño, justificando a la grada el por qué de su entrada, de su abono, de su presencia en el campo. Fijaos hasta qué punto la cosa ha cambiado que incluso los más peques se suben al carro, queriendo ser del conjunto mallorquín antes que del Barça o del Madrid, ¿hace cuánto eso no pasaba en la isla? Seguro que primeras partes como la del sábado, y la actitud demostrada durante todo el encuentro, tienen la culpa. No me cabe duda.
No sé qué fórmula estará utilizando Vicente Moreno para alimentar ese ímpetu y esas ganas de seguir adelante a pesar de las dificultades, pero funciona. Es como si hubiese encontrado la tecla competitiva del grupo, inexistente en los últimos años, y aquí no se rindiera nadie. Si ese es el compromiso hasta final de temporada, poco importarán los resultados, porque en Son Moix se seguirá de fiesta, sintiendo los colores, y cantando a lo Peret.