El colega con el que haces una pareja imbatible de padel tal vez no sea el mejor para preparar un examen. No da un palo al agua. Que sí a la raqueta, pero el papel y boli no le dan resultados. Igual sería cosa de juntarlo con otro, u otros, que ayudasen a disimular las carencias y alejarle del bar a la biblioteca. Ni nos compaginamos igual, ni rendimos del mismo modo en todos los registros.
Algo así pasa con Salva y Dani: pareja fantasiosa pero poco funcional (de momento y así como se plantea). Atesoran quilos y años pero les cuesta sacar la escoba a pasear. Acostumbrados a trabajar con guardaespaldas por detrás, inconscientemente, a veces olvidan guardarlas y dejan una pradera larga y verde para los mediapuntas rivales. Santo Domingo, especialmente tras la sustitución de Pedraza, se convirtió en el recreo de los cuatro atacantes alfareros. Sangalli mediapunteo a las mil maravillas y habilitó a Pereira y Peña, mientras forzaba a uno de los centrales a salir al corte, a las espaldas de los mismos. Ni Salva está capacitado para un desgaste masivo ni Dani es un «box to box», aunque lo intentó con brío.
Si de verdad Vicente cree en esa pareja, no hay duda de que la hará funcionar a través del trabajo y del atrevimiento. Y si no, encontrará la pata que le falta a la mesa. Ya sea sacrificando a un delantero, y consecuentemente su idea, e insertando a Baba o Marc en la demarcación de rottweiler, o inventando algo a la altura de la penicilina. Cuesta imaginar una defensa de tres centrales o reinventarse mediante la potenciación de los laterales, pues faltan mimbres. Pero si Vicente quiere y se lo propone, a buen seguro que forjará escobas y les enseñará a usarlas. Sean dos o tres, deberán convertirse en una buenos jugadores de padel y mejores estudiantes. Para qué cada uno, mediante su virtudes, camufle las carencias del projimo y el mediocampo sea a la vez campo de amapolas y de minas.