«Tú aguanta, que luego valdrá la pena», era su argumento favorito para hacer que me quedará a su lado en las épocas en las que fantaseaba con pasarme al lado oscuro (en este caso, blanco) y vender mi alma a Ronaldo, Raúl y compañía. A mi y a muchos, que nos atraía más, como es normal en un niño pequeño, la fantasía ganadora en la que vivían ellos que nuestra realidad mediocre. Quien volviese a esa mediocridad. Menos mal que aguanté para poder confirmar lo que me prometía. Y una vez bautizado y confirmado en mi creencia en el rojo y negro, le robé su frase para poder predicar la buena nueva como él hizo conmigo. El domingo, tantas tardes de mierda, de derrotas y sufrimientos, cobraron sentido. Y las aguas de la Santísima Plaza de las Tortugas bautizaron a tantísimos jóvenes que no habíamos besado y saboreado lo que era ser mallorquinistamente feliz, evitando el desarraigo que podría haber producido una larga estancia en las catacumbas.
No lograr el objetivo no hubiese significado hecatombe, pues entraría dentro de aquello considerado «normalidad» en la dimensión aparte que es la Segunda División B, pero hubiese supuesto una mínima, hasta en los corazones más conservadores. El paso atrás ha servido para hacer borrón y limpieza, para aprender, reencontrarnos y redefinirnos como equipo y como afición. Como la ruptura cliché de película romántica: Segunda B, aunque prefiero no volverte a ver, quiero que sigamos siendo amigos. Nada podría beneficiar más al club que mantener, en parte, la inocencia del fútbol semiprofesional, la que hace que el fútbol siga siendo fútbol, y la cercanía equipo-afición, vital tanto en la grada como en el vestuario.
Por Xisco Campos, los multitudinarios viajes, los aficionados ilustres (mención especial para «Es Berros» y la «Penya Universitària Mallorquinista de Barcelona»), el barro, las gradas supletorias de tantos campos municipales, Vicente Moreno y «El gallo sube» . Por la infinidad de enseñanzas, la cura de humildad y el arraigo en los jóvenes. Gracias y, recemos, hasta nunca.