No voy a amargarme por un partido de fútbol, que hay cosas mucho más serias, expresaba de mediodía el hombre de la barra sin creerse mucho a sí mismo. Un empate que para él fue literalmente una derrota para seguir presenciando el despeño del Dépor en Primera. A otros le quedaban por delante otra realidad ya menos cruel pero más insana: presentada de pijama y obstaculizada por un streaming de pena. Algún día se pondrá la lupa en individuos que pagaban partidos para no poder verlos en unas mínimas condiciones. Se rascaban el bolsillo por la pirata Segunda B. Se reirán de ellos. Y con razón. No es tanta la risa en el grueso de la plantilla bermellona.
El Mallorca pilló un catarro en Cornellà y la tos no se va. A veces da lástima, es hastío mejor dicho, no ponerse a analizar los partidos porque estos simplemente proyectan la aridez de la categoría. Basta con mencionar que el encuentro ante el Formentera fue un Ebro 2 con gol. Seguro que hasta final de temporada saldrá para hacer trilogía o incluso saga. Tiempo al tiempo. Lo que sí está claro, y esto es un aprendizaje desde las catacumbas del fútbol, es que en Segunda División B campeona el que pincha menos. Por otro lado, sería más agradable si todo esto se despertara habiendo sido algodón de sueño. Complicado superar el surrealismo de ver merodear a una estrella mundial como Steve Nash y un Mallorca en la tercera categoría de España. Sin embargo, está más mainstream que nunca ser el modestito, el odio eterno al fútbol moderno y merendarte 38 jornadas los domingos a las doce. Un horario que perjudica física y psíquicamente los huesos y las cabezas. Faltaba un #Tocaremar de campaña electoral, cuando haces y deshaces el mercado a tu imagen y semejanza. Hay cosas que no se entienden y no se entenderán nunca, como que se pueda pensar que el Mallorca no subirá o que a Sabina le gusten los toros. La convicción maquilla el pánico.