Ayer leía una reflexión, propiciada por la derrota del París Saint-Germain, que comparaba al gigante francés con el balear. En un hábitat natural donde destacan sobre sus rivales, agonizan al salir de su zona de confort. Bueno, lo del Mallorca es tan solo un supuesto. Y bastante pesimista. Ni el Grupo III es la Ligue 1, ni la Champions es un playoff de ascenso. Ni mucho menos, el PSG es el Mallorca.

 

Ambos lideran con puño de hierro sus correspondientes categorías, sustentados económicamente por figuras multimillonarias y con, digamos, la fuerza suficiente para atraer a los mejores jugadores de sus rivales. Y entra dentro de la normalidad que sugerir esta reflexión, duda, precariedad o como quieran llamarlo. Pero el argumento meramente económico y de superioridad deportiva, poco y fino es.

Sarver, máximo accionista bermellón, dista mucho de la típica imagen de magnate multimillonario oriental.

Para empezar, no creo oportuna comparar un club de historia centenaria, que ha curtido y arrastrado su nombre por lo más bajo -y también lo más alto-, con otro ni la mitad de joven y, que desde sus inicios, ya sea por su condición geográfica, social o económica, nunca ha probado el barro. Y para acabar, pues no es necesario mucho más, el grupo humano, casi familiar, que se percibe en Son Bibiloni, fruto del golpe de realidad y humildad que supone el fútbol semiprofesional, dista mucho de la aglomeración de superestrellas parisinas. ¿Estoy al día de la realidad del vestuario de Emery como para poder afirmarlo sin duda alguna? No, rotundamente. ¿Salta a la vista que un vestuario liderado por Xisco Campos y Vicente Moreno no es el mismo que el de Neymar y Emery? Pues igual de rotunda es la respuesta. La élite deportiva nunca ha garantizado la excelencia humana.