La expansión del ferrocarril dos siglos atrás desdibujó La Almozara, con un paisaje que había sido tradicionalmente agrícola y rural. Aparecieron las fábricas con actitud desafiante plantadas justo delante de las casas de los agricultores, provocando un gran impacto ambiental. Usando el poderío estas infraestructuras, cambiaron el nombre de origen musulmán del barrio zaragozano (Al-Musara) denominándolo como «La Química», a tenor del dominio industrial como fue la empresa Industrial Química de Zaragoza. Incluso en favor de nutrir mayor logística a las fábricas, se dividió en dos el barrio para construir la estación del Caminreal. No fue hasta la posguerra y tras el incremento del censo, como la población empezó a unirse para reclamar prestaciones en educación para abrir colegios públicos y centros de salud. Además surgió el Club Deportivo Ebro fundado por un conjunto de aficionados que ofrecieron a muchos jóvenes la oportunidad de practicar este deporte. El arlequinado, como se le conoce por su camiseta a cuadros blancos y azules, se refundó en el 1961 ingresando por primera vez en competiciones federativas. En 1979, y recuperando el nombre histórico del distrito por gente del barrio, se consiguió que la Industrial Química cerrara sus puertas y así, paulatinamente, muchas otras fábricas. Ya en los noventa y con la inauguración de El Carmen, actual campo del CD Ebro, el equipo ascendía a Tercera División. Con la llegada de Ander Garitano, ex futbolista del Zaragoza, como director deportivo, el Ebro se encuentra a día de hoy en el mejor momento desde su nacimiento. Y el domingo pasado vivió uno de los partidos más históricos ante un Mallorca que tira de rodillo.

Los bares de Almozara, prácticamente todos llenos de gente desayunando, patrocinaban con un mismo cartel un día relevante para el barrio bajo un partido inolvidable. La gente se encaminaba al humilde y modesto campo de El Carmen. En su única entrada estrecha a los aficionados y prensa, residía un torno técnico y profesional como el de los grandes estadios, empotrado en el pequeño pasillo que daba visión al campo. Antes de circular ya libremente por el campo, un cartel avisaba de dos únicas normas: «Prohibido entrar perros y balones». Todo en mayúsculas, buscando la comprensión inexistente de un posible padre y su hijo con una pelota bajo el brazo.

El césped artificial era de nuevo cuño con contados meses instalado. «Lo ha hecho Podemos», manifestaba un aficionado buscando la reacción de sus compañeros que hoy vivirían como un equipo que hace quince años atrás disputaba la mayor competición de clubes del mundo, pisaría el campo donde juegan cada dos fines de semana sus hijos en Cadete. Quedaba menos de media hora y en la zona de prensa en un espacio sacrificado de grada (aquí no se habilita) José Antonio, del periódico Heraldo de Aragón, esperaba pétreo el comienzo del partido. Él, del barrio de toda la vida (señala donde vive que es justo delante del campo), otorga a Ander Garitano el fruto de la actual situación del club. Garitano aterrizó con el primer equipo en Tercera División con un proyecto de ascenso. Al año subieron a Segunda B y hasta ahora son tres años seguidos en la categoría de bronce. Aunque para José Antonio el cambio del grupo vasco al grupo tercero hace dos temporadas lo comenta, sonrisa en mano, con sensación agridulce por la reducción, en su opinión, de más oportunidades de salvación o de posición en la clasificación residiendo en el actual grupo. «A mí dame Leioas y Amorebietas», comenta con guasa.

El Carmen rebosa de un aforo completo de no más de mil personas, causa poseedora de una zona de grada. El campo no se riega y, con superávit de caucho al ser nuevo, el balón circula pausado y a trompicones. Es una baza más de los de Emilio Larraz, un técnico también pieza fundamental del proyecto que, como con Garitano, a día de hoy no ven otro conductor para la mejor andadura del Ebro. «Aquí jugamos con nuestros platos, vasos y mantel», bromea el periodista de El Periódico haciendo referencia a la baza del campo como lo hizo un par de días Simeone con el césped del Metropolitano ante la visita del Barcelona. Pero ni el caucho, ni el césped (se regó finalmente en el descanso) pararon la marabunta bermellona de los de Vicente Moreno. Dos goles prematuros desnivelaron el encuentro y evidenciaron la desigual plantilla por calidad afín a un presupuesto de 600 mil con uno de cinco millones. Igualmente, los arlequinados no perdieron la cara al partido. La interrupción arbitral favoreció el empuje del Ebro en campo mallorquinista. Otra interrupción esta vez del speaker, que encendía el micrófono del campo en medio del partido para avisar al propietario del coche que había aparcado delante del bus del Mallorca, imposibilitando su salida, acometer su pronta evacuación. Después de aquella información, el responsable de comunicarlo se le olvidó apagar el altavoz y sonaron durante un minuto largo sonidos ambientes de a saber dónde juntamente con comentarios random. El mismo, seguramente, que una hora antes del partido acribilló los altavoces de jotas aragonesas. Sonaban más fuerte que un concierto de metal.

El partido acabó, pero no otra «cervecita» y unos pinchos y bocadillos de panceta. Panceta que quizá fuera propiedad del individuo que hace posible un Ebro en Segunda División B. El dueño de Bopepor, una empresa dedicada a la producción y distribución del cochinillo, no se hace ver por las inmediaciones de El Carmen. Es más, casi nadie lo conoce o lo ha visto en su vida. Incluso el logo de la marca de esta empresa, ubicada en diferentes puntos del campo, no puede relacionarse con esta compañía porque no introduce en el cartel ni su nombre, ni con tal serigrafía da pistas de saber exactamente lo que ofrece. Algo del todo singular. En cambio el Mallorca amasa algo habitual hace poco y durante un tiempo excepcional: líderes indiscutibles.

Logo de la marca Bopepor en el terreno de juego de El Carmen. Empresa clave para el CD Ebro en su andadura por Segunda División B.