Me siguen emocionando las pequeñas gestas. Las de David contra Goliath. La de la Copa del Mirandés, del Alcorcón, de la Formentera. Ayer otra vez. La pasada edición David erró el disparo ante el majestuoso gigante en forma de Sevilla, esta vez acertó. Extraerle un punto a todo un Athletic fue la heroicidad vivida en el Municipal de Sant Francesc, que recibirá próximamente a otro gigante. Un gigante, en este caso, tan solo circunstancial.

Llegar a la undécima jornada imbatido asusta. A los rivales y a uno mismo. Uno no esta acostumbrado a la sensación de estar en la cresta de la ola y la caída siempre parece que será más dolorosa. La inercia de mirar hacia arriba y ver la tabla plagada se ha apoderado del espíritu mallorquinista que ahora vive en una nube, flotando entre la alegría desmesurada y la incredulidad más inocente. Y cargados con una mochila llena de responsabilidad. Responsabilidad de dar la talla en cada minuto de cada partido, de querer demostrar la supremacía bermellona que poco a poco están estableciendo.

Underdogen una competición, la persona o equipo considerado débil y con poca probabilidad de ganar.

Ahora bien, no todo son rosas. Las responsabilidades son, muchas veces, difíciles de llevar. Un traspié, una derrota, se mira con lupa hasta el más mínimo detalle. Y se dramatiza. Cuando éramos underdogs se vivía diferente. Falto de cargos. Aunque faltos de la consecuente felicidad. Cierto es que, estudiando los libros de historia, el Mallorca no es exactamente un underdog. Pero en el día a día futbolero, cambiante como el que más y con menos piedad que un tirano, siempre hemos sido uno más entre las infinidad de desgracias de este deporte.

En la vida tampoco está mal ser el tapado. Dejar espacio entre tu y tus competidores para poder tener capacidad de sorprender, de llamar la atención de lo demás. Y a partir de eso, ir subiendo la escalera poco a poco. El poco a poco es lo más importante. A todos nos gusta lo rápido y lo sencillo. Pero es esencial ir escalón a escalón, saboreando todas las victorias y limándonos con todas las derrotas. Ojalá nunca perder aquella esencia e ilusión del underdog, esa mirada de fascinación, propia de un niño, ante cada escalón que suba o baje.