A punto de cerrarse el telón de 2016, el año despide a un Real Club Deportivo Mallorca SAD en posiciones de descenso a la categoría de bronce del fútbol español e inmerso en una sempiterna crisis deportiva que parece no tener principio ni final.

Lo que debía ser un año memorable y festivo termina por convertirse en una especie de macabra pesadilla de la que el mallorquinismo sigue sin poder despertar.

A pesar de todo, 2016 arranca con grandes dosis de optimismo para la familia bermellona. La tan ansiada marcha del anterior propietario, Utz Claassen, empieza a fraguarse con la venta del club al todopoderoso empresario norteamericano Robert Sarver, propietario de los Phoenix Suns del laureado Steve Nash. Con ellos aterriza en la isla un singular personaje, de nombre Maheta Molango, quien, en poco menos de un mes, se convertirá en el nuevo líder espiritual de un mallorquinismo huérfano desde la partida de Mateu Alemany Font.

Con ellos llega la esperanza. Corren nuevos tiempos y la sangre mallorquinista empieza a correr de nuevo por las venas de un longevo y debilitado club a punto de celebrar un siglo de vida. A los nuevos fichajes se le suma la contratación de un viejo conocido: Fernando Vázquez Pena, que se pone al frente de la nave para poner rumbo, según sus propios pensamientos, hacia anhelada la Primera División del fútbol español.

El Mallorca ha regresado. Nada ni nadie pueden detenerlo. El club empieza a transmitir una imagen exterior deseada. Maheta Molango domina los tiempos y sabe moverse entre bastidores. Es el hombre de moda en la isla y fuera de ella… convincente y sagaz, empieza a ser temido entre sus colegas de la segunda división, quienes le acusan de reventar el mercado a base de talonario. Razón no les falta, pero la vida sigue. Dos partidos, dos victorias… tocando el cielo con las manos.

Tras una discreta y deslucida celebración del Centenario, las jornadas de liga avanzan vigorosamente. El calendario no perdona y las dudas, poco a poco, se van sembrando en el entorno. Con dinero en las arcas, una planta que vuelve a ser noble y un entrenador con dilatada experiencia, las miradas se vuelven hacia los jugadores. Empiezan los nervios y reaparecen viejos fantasmas del pasado que se suponían enterrados.

Lejos de dar un golpe sobre la mesa, el equipo se deshace como un azucarillo y Vázquez no parece dar con la tecla. El final de liga se acerca y con él el precipicio. En la última jornada, tras unos vergonzantes resultados, el Mallorca se planta en Pucela a cara de perro. La tragedia está a punto de mascarse. Sin saber muy bien el motivo, el destino, Brandon o quién sabe qué… evitan un descenso ‘in extremis’ del que nunca, nadie, se atrevió a volver a hablar.

Pasado el mal trago, toca reinventarse. Tras un verano prolífico en materia de fichajes, Molango confía, nuevamente, el destino deportivo del club a un Fernando Vázquez que, lejos de hacer autocrítica y llamar a la prudencia, promete el oro y el moro. Tras seis meses de trabajo, deja al equipo tocado y prácticamente hundido. Un Molango en horas bajas y sin apenas credibilidad, sitúa a Javier Olaizola Rodríguez al frente de la nave mallorquinista con la intención de tocar la fibra sensible de una afición que ya le apunta con el dedo. Y es que, a estas alturas, cuatro derrotas consecutivas pesan y mucho, como también parece ser que pesan los 100 años de historia recién cumplidos.

Suerte, viejo amigo.