Después de la destitución de Luis Milla el pasado domingo tras empatar a domicilio contra el Real Valladolid, no he podido dejar pasar la oportunidad de escribir sobre la actual figura del entrenador, profesión que, junto a periodismo, he elegido y que ejerzo.
La sociedad impaciente en la que vivimos, donde todo se quiere al momento, queda reflejada claramente en el mundo del fútbol y el entrenador es quien lo sufre. En un deporte en el que en cuanto algo se tuerce aparecen los «pajaritos» de una posible destitución es imposible que se desarrollen las labores correctamente. Esto es lo que le ha ocurrido en tan sólo once jornadas a tres entrenadores de «La Liga 1,2,3»: Esnáider, Contra y Luis Milla. Éstos han visto como sus opciones de triunfar en sus respectivos equipos se esfumaban sin tener tiempo de demostrar la validez de su trabajo. Entonces, la pregunta que deben hacerse quienes lideran desde arriba esos proyectos es por qué firman a técnicos en los que no confían.
En el mundo del fútbol la cuerda siempre se rompe por el mismo sitio: por la figura del entrenador. Sean cuales sean los motivos, el que siempre acaba fuera es el técnico que comenzó encabezando el proyecto pero en quien queda claro que desde la dirección deportiva no se confiaba.
Esto marca a las claras que estamos ante uno de los empleos más inestables que existen, pues es imposible desarrollar cómodamente el trabajo y exponer el talento que uno tiene, ya que el entrenador está cuestionado por cada paso que dé y eso complica mucho su labor. Sin embargo, el aspecto que más me sorprende es el hecho de que sólo sea el míster quien depure esas responsabilidades, es decir, desde la dirección deportiva de los clubes se elige un entrenador para dirigir un proyecto pero cuando los resultados no son los esperados nadie de esta parcela se marcha asumiendo su error en la elección y en la planificación de la plantilla. A su vez, los jugadores parece que quedan exentos de una responsabilidad que claramente les corresponde, ya que son ellos quienes meten o deberían meter la pierna, quienes deberían ganar cada balón y, sobre todo, son ellos quienes deben meter el esférico entre los tres palos, que realmente es lo que marcará la diferencia entre los equipos.
A un lado quedan las condiciones en las que se trabajen, las sensaciones que el equipo genere, el juego que desarrolle y, sobre todo, la cantidad de factores externos incontrolables que influyen de gran manera sobre el trabajo del técnico. Los clubes no tienen en cuenta estos factores, de hecho, en ocasiones incluso los desconocen pero realmente adquieren una importancia vital en el desempeño diario del técnico, puesto que son incontrolables. Factores como lesiones imprevistas, situaciones personales de cada futbolista, influencias del entorno del mismo, entre otras, son condicionantes que afectan y mucho tanto en el trabajo del entrenador como en la convivencia dentro del vestuario. Pero esto no parece importar…
Sin duda, el fútbol no entiende de otra cosa que no sean los resultados. Por lo general, los dirigentes únicamente quieren ver a su equipo cerca del objetivo y da igual cómo se consiga. Por ello, el entrenador es una de las figuras más cuestionadas y, sin duda, cuya soledad es eterna. El entrenador está sólo en los momentos difíciles, se convierte en el único responsable de la falta de resultados y cuando esto ocurre rápidamente se le abre la puerta. Y si no que se lo pregunten a Esnaider, a Contra y a Luis Milla… ¡Bienvenidos a la cruda realidad del mundo en los banquillos!