El Mallorca no pierde.
Y eso es lo importante.
Entre empate, victoria y empate en casa
el conjunto bermellón vive en el primer piso de un edificio donde la
planta baja ya les llega el aviso de desahucio en forma de nota.
Lentamente, con un trazado de camino aceptable aunque con una mejor
estrategia se podría encarar antes, la meta de la permanencia asoma
en las mentes de los futbolistas. Pero queda recorrido y no sería
una sorpresa que de aquí hasta el final de carrera no exista ningún
punto de avituallamiento. Segunda División no es una maratón
cualquiera.
Ya no hacen el
ridículo.
Es una de las mejores noticias el decir que, de una
vez por todas, la imagen estará sostenida por la existencia de una
actitud y una dignidad. Por fin, y con las bajas y sanciones como si
fuera una auténtica mosca cojonera, el Mallorca interpreta sus
funciones prácticamente con los mismos actores. Parece muy lejos ya
los desastres en juego pero más en pundonor de los vividos en
Llagostera, Soria o Córdoba. Se desconoce quién habrá contagiado
positivamente a los jugadores que pese a que la irregularidad y el no
matar los partidos están presentes, hacer el adefesio parece haberse
extinguido completamente.

El quiste de la
bipolaridad.
Desgraciadamente los análisis del Real Mallorca no
están en perfectas condiciones. Sigue acampando a sus anchas la
bipolaridad en forma de colesterol. Un trastorno que te lleva a
realizar una primera parte bien aseada a completar una segunda sin
respuesta y solo mediante medicamentos que se ingirieron en los
últimos diez minutos, con la entrada de Brandon, se volvió en
posible resultado la consecuencia de un segundo tanto bermellón para
cerrar con victoria. No fue así y sigue sin ganar dos encuentros
seguidos en Son Moix desde que lo hiciera por última vez el 25 de
octubre del pasado año. Y no jugó Tobias Henneböle que, en la
recta final de la temporada, se hace más sólida la imagen del
jugador reflejada en el año del Real Mallorca. Borrón y cuenta
nueva.