A eso se refería, principalmente, el técnico, Miroslav Djukic, que declaraba ayer en rueda de prensa que no le preocupa su cargo, sino la imagen del equipo. Tampoco ayuda la afición, que de cada vez se vuelve más impaciente. Acostumbrada a tener un equipo que lucha entre los cuatro mejores y a tener medio equipo en la selección, ahora la imagen es la de un equipo que transmite inseguridad y que, a pesar de tener una plantilla de notable, se ha convertido en un equipo mediocre, con más sombras que luces, y con jugadores que tienden a seguir el camino de la irregularidad, por encima del talento.
Hasta el domingo pasado, el equipo che no presentaba tan mala imagen, se notaban errores en defensa, como en el partido frente al Barça, pero, a la vez, la delantera estaba motivada y pudo empatar en el tramo final. Sin embargo, en el Benito Villamarín, la defensa se convirtió en un coladero. Cada acción en la que los defensas participaban en el juego combinativo, desde atrás, era sinónimo de peligro, errores garrafales de concentración y de actitud, que se tradujeron en tres goles en apenas 35 minutos de la primera mitad. La segunda podría haber sido peor si no hubiera sido por Diego Alves.
El jueves, frente al Swansea, se esperaba a un equipo con ganas, dispuesto a inaugurar su andadura en competición continental por todo lo alto. Pero, en nada, la fiesta se convirtió en una pesadilla, en una repetición del partido ante el Betis, pérdidas de balón incomprensibles, mal en el juego aéreo, arriba desacertados, y encima contra un Swansea muy inspirado, que, de la mano de Michu y De Guzmán, le hicieron un traje en la zona de tres cuartos de campo para arriba.
La situación se ha convertido en desesperante, y puede que Djukic tenga las horas contadas como entrenador del Valencia. A pesar de sus declaraciones, ya sabemos cómo es el mundo del fútbol, y no nos extrañaría un ultimátum por parte de la directiva. Si el partido del domingo termina en derrota, el técnico tendría muchas papeletas para salir, si acaba en victoria, podría suponer un punto de inflexión en la confianza y a nivel anímico para el club.