A veces hace falta desaparecer un tiempo para aclarar las cabecitas. Ver las cosas con perspectiva. Otras, tal vez, no creamos necesitarlo, pero poco le importa eso al maldito cruzado. Lago y Ferran observan desde la ventana del fisio mientas sus relevos corren los kilómetros que les correspondían a ellos. Igual que tenemos que aceptar dar un paso al lado y esperar. Los cruzados se recuperan. Pero no todo es igual.
Todos mantenemos el innocente egoísmo de un benjamín que quiere jugar cada uno de los minutos del partido. Pero en el banquillo, arropado con la mantita que traía el delegado de turno y entre risas con los colegas, no se esta tan mal. Al menos un rato. Obtienes una visión más omnipotente, la misma que el entrenador. Y aprendes, creces, te fijas en las virtudes y defectos de tus compañeros. Y aprecias infinitamente más esos 20 minutillos efímeros que el míster te brinda si tienes un poco de suerte.
Suficientemente idealizado el banquillo, el tiempo sobre el verde manda. Por nuestra naturaleza humana, ansiamos ser protagonistas, llevar las riendas de nuestras aventuras y desventuras. Ser sustituido en mitad del partido no es plato de buen gusto ni para el más conformista. Pero no siempre esta en nuestras manos. El tiempo, entrenador en este caso, nos da un descanso queramos o no. Y solo depende de nosotros mismos saber sacar el máximo provecho de él.
Lo normal en los dos extremos bermellones sería volviesen recuperados y con más ganas que nunca. El costamarfileño con razón de más, pues a diferencia de Giner, llegará en facultades para el tramo final de la campaña y luchar por la soñada gesta. Caprichoso tendría que ser el destino para que la rodilla marcase un cambio en sus carrera. Pero tampoco debemos dar nuestras recuperaciones por hecho. Si caprichoso fuese, esperaremos en la banca, impacientes, esperando a que nos manden a calentar. Al fin y al cabo, de eso se trata. No se puede jugar siempre.