
Galgo volvió el pasado domingo. Aquel que galopaba por cualquier costado sin saber cuándo amortiguar el motor para frenar la carrera. Antes del partido a partido del Cholo otro paisano fabricaba la zancada a zancada, en un equipo que fue el último en demostrar con hechos dicho vocablo. El de los domingos a las cinco de la tarde, el de las palmeras de chocolate y el abrigo plumífero en el microclima polar de Son Moix. Porque este Mallorca, en una categoría ínfima, ha nacido ganando. Demostrando como Ferran Giner en su primer partido de titular con tanto y asistencia pisó las huellas de Jonás Gutiérrez. Suele ocurrir que cuando las cosas no pueden salir mejor, ves, oyes y hueles los mejores recuerdos en un espacio demasiado tiempo en el exilio de la alegría general de la gente.
Guardando siempre el cartucho de la prudencia, el Real Mallorca de Vicente Moreno está sanote. Brilla no por su juego, porque hay fases del partido que le dominan, sino por los destellos materializados en el cachete que dan a sus rivales una vez deciden sin titubear que ahora ellos son los que plantan cara. Desempolvando del club la palabra grupo y representándola hasta ahora de forma espléndida, das cuenta de ello cuando las modificaciones no desbaratan al conjunto sino que a más inri lo refuerzan. Ahora Vicente Moreno se abrirá, como buen técnico en una buena plantilla, el cráneo para volver a colocar al ausente Lago Junior sin ser un juez del todo injusto.
El fútbol puede ser, con el tiempo, solo fachada de resultados. El domingo hizo exactamente un año que el Mallorca ganaba numéricamente igual, por tres goles a cero al Huesca con un hattrick de Brandon. Pero fue la mejor versión del pan para hoy y hambre para mañana. Brandon, que estuvo el pasado domingo viendo in situ el partido, supo que la goleada de los Giner, Abdón y compañía traía detrás unas credenciales no aisladas de un camino que, a día de hoy, pronostica unos resultados inmejorables. Igualmente, gracias que Moreno insufla los inputs de una ostia al final te deja k.o. Andy Kholberg, por su parte, sonríe ante su estreno redondo. Él y sus colegas llevan casi 30 kilazos enchufados en un club que ya no deberá. Nadie pone pasta sin recuperarla. Son unos locos que podrán ver beneficio a muy largo plazo. Por ahora el camino se labra paulatinamente.